TEMÍAS
ACASO QUE FUERA ABORRECIDA
La
vergüenza prohibió la entrada en aquel
recinto miserable.
Hongos
y musgos dejaron marcas en sus paredes desnudas.
Entre
las grietas se lastimó la dignidad.
En
los roperos carcomidos
anidaron
insospechados caracoles.
En
la garganta de una niña,
se
replegó
para
siempre
el
odio y el temor.
El
cuerpo deshilvanó su deseo;
el
asco
la
arrastró por desechos inmundos.
Ese
cuerpo que entregó su sangre
se
exilió
en
su partida.
La
mendiga caminó sobre la escarcha
recogió
el abrigo arrojado a la intemperie.
Con
violencia
empujó
el carro para seguir.
Se
refugió en buhardillas;
atrapó
la lujuria
en
lechos
avizorados
por
fantasmas.
Contempló
trajes de brocato;
olfateó
manjares.
El
enemigo conspiró contra su espectro.
Asesinada
la furia
yace
adormecida entre rocas.
El
silencio,
trocado
en confusión,
se
burló de las palabras:
tartamudeaban
las ideas,
se
segregaban las formas.
Los
huesos se segmentaron en sílabas
buriladas.
Con
las caricias de las aguas,
la
mendiga ha regresado a la piedra:
dibuja
signos sobre las laderas.
En
el valle
celebran
un ritual.
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