domingo, 8 de enero de 2012

COMENTARIOS SOBRE MIS LIBROS DE POEMAS

COMENTARIOS: DIARIO DE ROSALIND SCHIEFERSTEIN

 LIBRO DE POEMAS.

DIARIO DE ROSALIND SCHIEFERSTEIN

CECILIA GLANZMANN

Este libro, Diario de Rosalind Schierferstein de Cristina Pizarro, nos ofrece una propuesta de camino interno desde el texto I “Yo soy” de la Primera Parte a los dos últimos “Convite” y “Rotación interior” de la Tercera Parte.
Es notorio el salto lírico cualitativo de la poeta en esta obra, donde lo vanguardista sobresale y también se evidencia un avance revelador en su búsqueda temática, presente en sus obras anteriores. Podemos ver un enlace muy interesante con lo que escribió entre 1962 y 1973 “primero en un cuaderno y después en un diario” . Cuando lo ha pasado a la computadora , lo llamó “Diario de Rosalind”... con un enlace afectivo especial con su abuela materna, que se llamaba Filomena Rosalinda Teresa Giacontino. Y al escribir este nuevo libro que comentamos le agregó el apellido “Schieferstein” que significa ‘pizarra’ en alemán con una connotación bisémica . He leído aquel libro o texto de lo escrito en aquellos años, me he detenido en ese proceso adolescente y juvenil de las interrogaciones existenciales sobre el ser y la esencia del hombre, sobre la vida como realidad o ilusión, del hablar de “ superar abismos en la luminosidad de pensar”, de “la angustia del ser”, del “anhelo del amor”, de la “ansiedad de paz, de calma, de comunión con la Naturaleza”, de voces que se reiteran en sus libros posteriores y también en este último sobre nombres de flores, de aves, o el expresarse sobre el tiempo, el abismo, la soledad interior, el caos , la expansión, el aprendizaje... Y hay una palabra que se torna idiolecto muy significativo: “azul” en distintos poemas. Me he detenido igualmente en la estructuración libre de los versos en el dibujo en sí de los poemas, como en la sintaxis con extensiones o brevedad en las construcciones, con su ritmo dado por reiteraciones anafóricas iniciales e interiores y por una armonía que logra como logrará en cuanto escriba después... y que conozco con hondura por leerlos, por estudiarlos y presentarlos. Suelo decir que en general, un poeta puede escribir muchos libros , pero que todos pueden ser uno solo, con sus matices y evolución, aunque haya excepciones. En la obra de Cristina Pizarro noto esta constante. Y creo que... en la pizarra de la vida, Rosalind Schieferstein y la poeta han escrito poemas que desnudan el ser y acontecer del ser humano, desde la conciencia profunda y la vivencia de quien pudo poner en palabras todo ello.

En DIARIO DE ROSALIND SCHIEFERSTEIN que nace en este 2009 abriéndose a cada lector o escucha reveladoramente, todos los poemas están titulados y muchos llevan epígrafes. Esto último, más lo que se encuentra aquí y allá adentro de cada texto, suman mayor intertextualidad a la que ya el poemario en sí plantea, en el proceso existencial de Rosalind- ora Eurídice, ora Perséfone, ora Isis...- y en su relación con Osiris. Lo mitológico y lo intercultural con transversalidad en tiempos y espacios, cimenta su discurso, dándole pie para expresarse, ya como con la levedad de la brisa o con la fuerza de la metafísica. Dentro de esas temáticas nombramos : el eterno retorno, el laberinto, el deseo, el estar en el Hades o en el Averno y, a la vez, en el Paraíso, la Tierra y el Cielo, el reptar y el volar, lo real y lo ilusorio, el anhelo de Dios, del Edén, de la redención. El Caos y el Todo, el regreso a vidas pasadas, el vacío, la angustia y el afirmarse en el cuerpo y en el Ahora.
La rueda que gira y gira y con ello : vivir, morir, renacer, volar y liberación-iluminación, caída, recomienzo... Este eterno rodar va cruzando isotópicamente toda la obra con una marcada búsqueda de salvación.
Recursos de aquel primer diario-cuaderno que escribiera, como los empleados en otros libros están , con su sello renovado en este libro. Por ejemplo, el juego reiterativo y anafórico. En el primer poema “Yo soy”( 3) leemos:
“Yo soy quien recoge.../ Yo soy quien se entrega a la calma del origen /Yo soy quien busca percibir.../
Tú eres quien nace y muere en un instante eterno / Tú eres el ahora infinito”
Y en el segundo poema “La que camina sobre el fuego”(49 avanza lo dialogal “yo /tú” de la alteridad . Los versos se alargan aquí, desplegando el sentir del yo poético. En “Cae una pluma “ ( 5) dice: El beso condenado por la lascivia enciende el amor de este mundo /.../ Placer y muerte.
Hay un anhelo ferviente de sentir la caricia del cuerpo-rostro del acompañante en esta vida, como fragmento del Todo, más allá de la trampa del tiempo y de la calamidad, en “ Me espera la inmortalidad” ( 6).
Lo personal aparece expuesto de un modo tangencial en “Palabras a mi madre”(9) que firma Perséfone, y en el poema homenaje a su tatarabuelo riojano Rafael Pizarro, “Linaje” lo raigal personal es más explícito.
La autora visitó como congresista invitada Irán y el mundo musulmán. Sumemos a ello que ha visitado la India y muchos otros países del mundo , como así también es una viajera incansable como lectora de libros. Todo la enriquece y se nota en su textualidad lírica.
En la Segunda Parte, en el primero, “El fin”, sentimos tanto la sensualidad como el paso de plano de esta a la otra vida y quizás más, con una mirada respetuosa y profunda, que hacen de “El fin” un poema precioso. Igualmente, los que le siguen.
En este segundo apartado de la obra hay como un “crescendo” en el proceso del ser a través de “Arrebol” (19/20), de “Columpio de oro”(21), de “Hamaca”(22). Es la infancia, la inocencia, es el acceso a la dicha o al espanto, es morir y renacer pero deseando liberación, es el cuerpo que se yergue hacia Dios... Y el proceso sigue: en “Dos cuerpos”(23/24) , en “Horizonte” (25) –donde se aliviana lo conceptual-, y en “Viaje” (26/27) donde se afirma la búsqueda espiritual hacia el origen del Edén, hacia el recuperar el saber volar como el pájaro inmortal.
En la Tercera Parte lo expuesto cobra más densidad y a la vez más vuelo en belleza, conocimientos, percepciones y simbología. Esto, por ejemplo, en “Amatista-Templanza” (34) donde se sugiere desde el título mismo la transmutación y el perdón sin temor para atrapar la unión entre el amor y la sabiduría.
Algo sobre lo estilístico. Destacamos sus imágenes líricas de síntesis simbólica y gran belleza, su trabajo con los distintos recursos lingüísticos en los niveles sintácticos y morfo-semánticos, como en los gráficos donde lo lúdico intencional o no aparece en el uso de guiones, espacialidades, dibujos creativos, muy libres, de los versos. Trabaja el desdoblamiento conceptual de vocablos compuestos, como en “des-aparece” y” A-parece” (34) o en “Por-venir”(37) , título. En “Capricho” (51) hay un diálogo abierto a un tú plural que connota el liberarse, centrado en el alma, elevándose a Dios. Dice: /...corta el lazo con la muerte infértil . Y el adjetivo infértil sorprende y a la vez refuerza con originalidad.

En dos poemas del libro: “Caos/Iluminación” (35) y “Buitre” (53) hallo como una síntesis de la esencia temática de esta obra. En el primero, está el descender al Caos, al abismo, para subir hacia la luz donde el yo se abre a lo otro (verso final ). En el segundo, luego de la acertada cita de Vladimir Holan , tomado de “La voz de Ofelia” de Clara Janés- a quien cita en varias partes del poemario-, está esa búsqueda de ir del infierno al cielo, de la caída a la redención, de la carroña al oro filosofal, de la transmutación de la muerte a una nueva vida.
Y así a mi entender, es. El tejido de la vida, como dice en “Hechicera” (52) se ofrece al lector a través de todo lo tan honda y bellamente expuesto en DIARIO DE ROSALIND SCHIERFERSTEIN, una obra en la que Cristina Pizarro nos brinda, como dije al comienzo, una propuesta de camino interno.
Trelew, febrero de 2009.



BERTHA BILBAO RICHTER


Nota de Tapa para el Diario de Rosalind Schieferstein

“Yo soy un poema trémulo que gira hacia una espiral ascendente”. (C.P.)


Estas breves palabras pretenden ser sólo una bienvenida al Diario de Rosalind Schieferstein, cuyo título despertó en mí una serie de anticipaciones acerca de su propósito y de su mensaje y me dio pistas para explorar el mundo, tan consubstancial a su autora, tan singularmente individual que refleja, como en un espejo, aspectos de todos y de cada uno de nosotros.
A partir de su permanente incursión en la fantasía y de la búsqueda de la belleza, vías de acceso a la realidad que trasciende el mundo fenoménico, Cristina Pizarro ha venido entregando al universo de la lírica contemporánea, expresiones de esa “razón ardiente” a la que alude Graciela Maturo al referirse a la plenitud del sentimiento del poeta y que, en el caso que nos ocupa, ha merecido ya lúcidas opiniones de nuestros exponentes de las letras y de la crítica contemporánea como Ester de Izaguirre, Rubén Vela, Juan Jacobo Bajarlía, Héctor Miguel Ángeli, Atilio Castelpoggi, Fernando Sánchez Zinny, Sebastián Jorgi, Nélida Norris y Cecilia Glanzmann, entre otros.
Como en su libro anteriormente publicado Confesiones de Gertrudis Glauben,(2006), Cristina Pizarro se deja seducir por un personaje de su invención, Rosalind Schieferstein, ocultamiento y revelación, por medio de la escritura, de una mujer cuya individualidad fictiva muestra también la más prístina esencia de su autora..
Posiblemente este libro esté inspirado en el viejo poema Roman de la Rose, de Guillaume de Lorris, compuesto alrededor de 1230 y continuado tiempo después por otros autores; así se explicaría la inserción de la lírica en la narrativa quebrada por la fantasía, la alegoría, el símbolo y el sueño, llamativamente, un prematuro brote vanguardista en el siglo XIII.
Rosalinda, personaje de la obra Como gustéis, de Shakespeare, personifica la astucia femenina, entre inocente, desenvuelta y provocativa; algunos críticos encuentran su lejano antecedente en el texto antes mencionado.
Por otra parte, la significación de la rosa tiene matices diferentes pero siempre convergentes; en este libro, simbolizaría la realización absoluta de la mujer por el amor; también se podría relacionarla con la alegoría de la Aurora.
En cuanto al apellido, creado por la poeta, es un vocablo alemán que significa “pizarra”, soporte de un texto y curiosamente, la variante vocálica final constituye el apellido de la autora.
Desde un presente enriquecido por la madurez de un largo oficio en las letras, Cristina Pizarro se autorrepresenta en ese yo condicionado por el lenguaje, con las limitaciones y ambigüedades que conlleva la tajante oposición entre la vida y su representación.
Rosalind Schieferstein se nos muestra como una individualidad intensa y concluida a través de la conciencia creadora de su autora que ha necesitado verse desde fuera de sí misma para esa difícil comprensión absoluta, cuya definitividad no se clausura mientras el decurso de la vida nos enfrente con el misterio y la ignorancia de lo porvenir.
Nuestra poeta es consciente de que la identidad se construye narrativamente pero a través de la metamorfosis de los hechos vividos, de ahí que dinamiza un proceso creativo en el que juega la imaginación con esa marea informe de los recuerdos, algunos inmediatos, como los que configuran un diario y otros lejanos, recuperados por la nostalgia o la ensoñación.
Advertimos tópicos de recorrido transversal en este poemario: el peregrinaje del yo lírico flanqueado por rocas memoriosas en busca de la identidad; el transitar por la vida como a través de un laberinto del que debe salirse por arriba, mediante el amor ; el deseo como causante de los pesares, la evocación de la niñez, de los juegos, de la adolescencia, de los ancestros familiares, la búsqueda del Edén perdido, la duda y la pregunta por el sentido de la vida, la apertura del yo hacia “lo otro”, la palabra poética, su gestación y alumbramiento, el amor como Eros y ágape, la vida y la muerte como clausura y trascendencia.
Es interesante constatar en este libro la continuidad del inmemorial sentido espiritual y el carácter mistérico de la poesía. De ahí que más allá de la referencialidad que emerge del mundo íntimo de la poeta, en algunos casos, imprecisa, oscura, de difícil acceso, por momentos hermética, la belleza es la condición esencial del texto. El encantamiento de los sentidos y esa fascinación que se experimenta ante la puerta capaz de introducirnos al Paraíso es consecuencia de la voz autoral que, como se pensó en el Medioevo, es reflejo del Verbo Divino y ordenadora del caos. Así también se percibe en este diario lírico, la emergencia del Romanticismo en lo que tiene de búsqueda “hacia adentro”, del simbolismo que extiende sus raíces en doctrinas esotéricas y, como no puede ser de otro modo, por el momento histórico que transitamos, de la vanguardia que aporta la osadía en la experimentación.
Al respecto, en una entrevista de María González Rouco, interrogada acerca de las influencias que reconoce en su poesía, Cristina Pizarro se refirió a las multifacéticas fuentes que incidieron en su vida empeñada en abordar la búsqueda de la condición humana: “Soy como el mar que recibe de los ríos muchísimos afluentes”, explicitó en esa ocasión.
El Diario de Rosalind Schieferstein es una apuesta a la libertad y polivalencia de la palabra que se despliega en la búsqueda de ese tipo especial de comunicación en la que el lector se hace partícipe, cómplice del personaje que escribe su Diario y, por su mediación, del temple de ánimo de la autora.
Desde el punto de vista formal es lícito revalidar dos aspectos: la sonoridad y las imágenes, aquélla, fundada en el ritmo, partición de un tiempo lineal interiorizado, como lo señala Octavio Paz y éstas como aproximación de realidades distantes que en algunos casos aúnan opuestos; la modernidad de Cristina Pizarro recobra, de ese modo, la visión mítica, analógica del pensamiento oriental.
En esta época en que la mujer constituye la esperanza para el equilibrio de la humanidad, un testimonio expresivo como éste que nos ofrece Cristina Pizarro es bienvenido, porque además, “recuerda al hombre los valores perennes del sentimiento, los pequeños mundos que se descubren en la infancia y que, fatalmente, se reniegan o se reviven”, como lo dijera con tanta precisión Gustavo Soler en 1995 en la SADE, en un acontecimiento tan grato como éste.


Buenos Aires, febrero de 2009



ERNESTO GOLDAR

El sentido celebrante patentiza un aumento de las percepciones en un estilo construido con cuidados, saboreo del lenguaje como preocupación, versos poseídos de un movimiento interior y razones alegóricas concentradas en imágenes que en un solo momento expresan plenitud. Las depuraciones verbales y los símbolos, las tentaciones del poema con argumento y las elecciones ilustrativas, irradian una tensión de memoria, intensidad y recato, aquietamiento y búsqueda de palabras suntuosas, eficazmente lúdicas, desveladoras de jubileo y del distingo poético que exacerban las proposiciones. Cristina Pizarro es una poeta responsable de su canto, y su música es una música sentimental en que la melodía surge y desaparece en las complacencias impresionistas que le impone la serenidad, el verso que nace a partir de resonancias emotivas y la visión acentuada del mundo de la autora que ofrece su misterio. La protagonista del relato hace la figura de ser la autora, y un instante de libertad nos produce la impresión que todo puede decirse en la originalidad de las formas depuradas de un estímulo lírico, íntimo, subjetivo, levemente elusivo, en adecuación afectiva y confidencias de entrañable latido, para conseguir una frase auténticamente femenina, de clima tenue y pequeñas vibraciones en la intuición contenida y a media voz.
Ernesto Goldar

Buenos Aires, 9-4-09



GRACIELA LICCIARDI
¿A quién desnuda el Diario de Rosalind Schieferstein?


He leído la obra poética completa de Cristina Pizarro constituida por: “Poemas de agua y fuego”, “La voz viene de lejos”, “Lirios prohibidos”, “Jacarandáes en celo”, “Confesiones de Gertrudis Glauben” y he analizado uno de los ejes temáticos que atraviesa su escritura, me refiero a la presencia del cuerpo y este libro que hoy tengo el agrado de presentar aquí: Diario de Rosalind Schieferstein, también lleva esa impronta.
En la escritura de cada personaje de su invención de Cristina Pizarro nada ocurre porque sí, tal vez no provocado en su totalidad y conscientemente sino muchas veces descubierto a través de lo onírico o en la simplicidad de lo intuitivo.
El libro está dedicado a Osiris y dice la autora: “personaje nacido de mis ensueños y que me brindó la dicha de alcanzar una nueva vida” y más abajo afirma Rosalind: “como la semilla morirás para renacer en forma de espiga” que son parte de los versos del poema “Para Osiris Brombeerstranch”.
La fuerte percepción de lo soñado desemboca en la memoria y la autora lo convierte en poesía. Cristina Pizarro en el prefacio, dirigiéndose al lector, escribe: “quien se limite a buscar la anécdota, no la hallará, pero tampoco encontrará el sentido quien ignore (desconozca) la importancia del pensamiento simbólico y mítico”.
Rosalind nos conduce a través de su Diario hacia un Muro y Laberinto, como se titula la primera parte, y una vez más al leer lo que ha escrito la autora nos sentimos envueltos en una seducción poco usual; el deseo por alcanzar el amor es un acto de lucha, de convencimiento, de tenacidad, de esperanza, de vehemencia, que lleva a Rosalind a atravesar todos los escollos para llegar al final del laberinto donde quiere alcanzar la dicha.
Así Cristina Pizarro demuestra una vez más, a través de su escritura, ese anhelo incesante de un ser renovado que necesita la experimentación del amor para concretar sus sueños. Rosalind se va construyendo dentro de un ambiente de ensoñación cuyas vivencias van siendo impresas a lo largo de este Diario que desnuda su alma. La Licenciada Berta Bilbao Richter lo denomina “Diario Lírico”, donde la excelsa búsqueda de la belleza y la intimidad en que nos sumerge Rosalind, nos hace evocar sentimientos por todos transitados, como el amor, el deseo, los recuerdos de la niñez y la adolescencia y las eternas interrogaciones acerca de la vida y la muerte, constituyéndonos, a los lectores, en testigos y cómplices de sus manifestaciones.

Rosalind, a lo largo de todo el Diario, sufre constantes mutaciones: es Perséfone, Eurídice, Isis. El primer poema “Yo soy” lleva un acápite de Eurídice “no sé, no consigo recordar...tendré que aprender de nuevo el dolor...¿cuánto tiempo estuve muerta?” y en alguno de sus versos nos dice “mi mente arrolla incansable el mundo sensible/ se arrastra en la lengua/ saborea el néctar”. Rosalind es la que camina sobre el fuego, la que se prosterna al borde de la fuente, la que se asombra ante la trampa del tiempo; “los huesos y la médula arman un laberinto” dice en un poema y en otro “como una hechicera que indaga la naturaleza, descubrí en mi cuerpo las claves” o a veces se pregunta: “quién es esa mujer que se angustia”. En el poema “Palabas a mi madre”, por ejemplo, escribe desde Perséfone.

En una segunda parte “Entre mi cuerpo y yo” aparece más ferozmente la mujer deseante, amante de la naturaleza y que, como en sus libros anteriores, se detiene en la contemplación de múltiples criaturas, flores, lugares especiales y frutos que la tierra da. Nos trae las cúpulas del Islam, el pájaro azul de la mañana, las ágatas, amatistas, corales de la India, azucenas, narcisos y tulipanes, como así también caracolas, geranios y amapolas. Rosalind dice que “en la escritura de Dios estará cautiva” y en el poema “Filigrana “ dice ...”nuestro Dios está en prisión ante la defensa satánica”.
Por ello Rosalind es, y me gustó llamarla así, de una “religiosidad peligrosa”, es una mujer que es a la vez muchas mujeres, es hechicera, amante, serpiente emplumada, guerrera, mujer sensual, misteriosa, indagadora.
Y también pregunto: ¿De quién es el ropaje de papel que impresionó los ojos de Rosalind? ¿Ante quién se desnuda o quién se desnuda para ella? ¿Sigue siendo esa niña de vestidos con puntillas almidonadas y lazos con moñitos enmarañados? ¿Dónde ha quedado el “corset de la inocencia” como dice Rosalind?.
Ella es un personaje entrañable, a veces se mueve entre la vacilación y el miedo paralizante frente al mundo hostil e implacable en el que le toca vivir; no deja, sin embargo, de sentir asombro, todavía, ante la maldad o las vicisitudes, pero con su “apariencia débil” es capaz de derribar muros a costa de algunos sacrificios o tristezas y, como manifesté antes, en todas sus obras y en especial en esta, Cristina Pizarro hace hincapié en un personaje principal que siempre pone el cuerpo, a veces en forma erótica y otras muchas en un cuerpo enfermo, tal vez no tanto física sino anímicamente, un cuerpo y un alma desconsolados, faltos de amor o, mejor dicho, siempre en búsqueda del mismo.

En la tercera parte de este fantástico Diario, “Osiris y Rosalind” ella dice: “sufrir, tolerar, aguantar, soportar”...”el crujir tormentoso es un demonio fatal...lo único que tiene sentido es seguir el camino”.
No obstante Rosalind logra vencer al Leviatán: le dice en el poema: “por qué insistes en guardar el tesoro de la inmortalidad y vigilar las perlas y diamantes del árbol de la vida” y Rosalind concluye “ después de permanecer eclipsada adentro del arca feroz tu cuerpo irrumpe con huellas de azabache y de coral”.
¿Qué es lo que Rosalind no dice y se mueve en constante expansión?
Ella habla en un poema: “el secreto es una urdimbre que trepa por la espesura de los montes” , es enigma, es aliento, es el ser íntimo. Nos escribe sobre encrucijadas, cito: “la otra muerte es un casi nada sin tiempo/ es desanudarse el nudo de la existencia”
Rosalind Schieferstein, se identifica con Isis y le manifiesta a Osiris que ella también va a ayudar a recomponer el cuerpo descuartizado del mismo, aludiendo al mito y constituyéndose en salvadora. También los rostros y cuerpos duplicados que aparecen en el poemario denotan un juego maravilloso del doble, eje escritural de vanguardia.
Frente a tantos interrogantes que nos instala el “Diario de Rosalind Schieferstein” quiero decir que los poemas de Cristina Pizarro son como una ola gigante, primero nos sorprende, nos lleva de aquí para allá, entre paisajes encantados, mezclados con el miedo, de pronto la ira, el sufrimiento, la angustia, nos invita a ver los diferentes frutos y criaturas de la naturaleza, nos eleva hacia la exaltación de los sentimientos del amor y cuando nos encontramos allí, en la cresta de la ola, en su punto máximo, comienza a descendernos serenamente, con palabras cautivantes, glamorosas, míticas y siempre nos deja una esperanza, una renovada fe, un sentido de la existencia.
Rosalind es un ser que nos encanta y su deseo es ser amada, encontrar victoriosa el por-venir, se refleja en Osiris, combate con los vampiros, renace en ángel nuevo, habla del buitre, de hechiceros y de la resurrección, se contagia del espíritu de Démeter, en fin, Rosalind concluye el Diario diciendo: “Una mirada estoica se refugia/ en los senderos/ tritura el dolor/ subyugada por la injuria/ se empeña/ en el deseo.
En el “Diario de Rosalind Scheferstein, se desnuda ante ella misma y nos desnuda a nosotros sus lectores; un libro para disfrutarlo por su alto contenido poético y su vuelo excepcional que, estoy segura, para aquel que lo lea, quedará grabado su corazón, y al cual debiéramos darle la importancia que se merece a esta escritura trascendental de Cristina Pizarro, que debería ser muy apreciada en estos tiempos.

Graciela Licciardi
Septiembre de 2010






COMENTARIOS: CONFESIONES DE GERTRUDIS GLAUBEN

LIBRO DE POEMAS.

CONFESIONES DE GERTRUDIS GLAUBEN

JUAN JACOBO BAJARLIA




Con un tono elegíaco Gertrudis Glauben desarrolla un poema que abarca la esperanza y la finitud de todo lo existente, barrido al final por la inquietud y la desolación del hombre, enfrentado siempre a la inestabilidad de un mundo que ha crecido arbitrariamente para hacer de la vida un juego inútil que sólo conduce a la desazón, y un poco más al olvido de un mundo que ha perdido el fervor su capacidad de renovación.
Estas confesiones exaltan la desazón, hacen de la esperanza un juego inútil y perecedero que el hombre no podrá detener a voluntad. Un poema que define la finitud del ser y la existencia de una vida que se solaza con el enigma y el misterio de la existencia.
Confesiones de Gertrudis Glauben está lleno de imágenes trascendentes, y lleva consigo una desazón que la acerca a poetas como Alejandra Pizarnik y Elisabet Azcona Cronwell. En definitiva, un emotivo gran poema.
Buenos Aires, 2005
Juan-Jacobo Bajarlía


SEBASTIÁN JORGI

Aborda la cotidiana atrocidad de nuestros días a través de un bosque – mirada. Al tiempo que con sutil arte poética vislumbra el paraíso recobrado. Como mero lector trato de asumir traslaciones de tu poética, asir imágenes ante tus desdoblamientos, tan íntimos como herméticos, el cómo morir / de la muerte de uno mismo o refugiarme contigo en esos huecos tibios. Este asunto del desdoblamiento podría ser una argucia ¿ o un mecanismo de defensa ? palpé las huellas de mi sed / en otras huellas. Multivalencias de espacios: firmes o incendiados, acaso en los perros atropellados o en las heladas que aroman el camino. Trayecto andado, vida transmutada en poiesis que se deshace en la arena.
Una combustión a lo bonzo en esas crepitaciones que podrían alcanzar a la
Dama de Mimbre…y aquí me detengo: ¿ mimbre, como resiliencia-recuerdo como metáfora de ese bosque de abedules ? ¿En la esperanza de encontrar algún espacio desolado y convertirse en la mujer de fuego ?
La contemplación de la lejanía –leitmotiv si se quiere tradicional en los
poetas – y ese mar de gaviotas en medio del silencio, en un estadio de soledad-vigilia de cuerpo y alma van anticipando cuadros y visiones en un
viraje existencial, casi agónico de Gertrudis Glauben, presupuestada entre el mundo real y el ensueño del lenguaje, sumida en el acaso.
Alma y sexo, dualidad del Ser, reformulan categorías ontológicas –siempre en el acaso-tiempo, frente al límite de los presagios : ¿ Dime noble
Poeta, cuál es tu presagio ? ¿ En el pozo de agua / hallo mi Ser?
Constataciones existenciales. Nostalgia-refugio, porque el borde será siempre un
secreto y nuestra poeta está sitiada, retro-angustiada – si se me permite
esta ecuación—y provoca una imagen ultra romántica : se incendiaron nuestros nombres grabados.
Sí, eres valle, querida Cristina Pizarro, personificación inteligente la tuya
de un paraje natural y aunque con el Ser vacilante, estás apostada en el límite del lenguaje y te imagino buscando la ciénaga blanca como paraíso final y purificante.
Te felicito. Ex cordis.
Caballito, 14 de enero de 2006


BERTHA BILBAO RICHTER

Después de haber dado la bienvenida a Jacarandaes en celo, itinerario poético de una trayectoria vital y expresión de la potencialidad de la vida en floración, como manifestación cíclica de la naturaleza y epifanía del ámbito celeste, pienso que Cristina Pizarro, a partir de su frecuentación en la fantasía, entendida como develación, se ha dejado seducir por la voz confesional de un personaje imaginario, quizás su propia máscara que oculta, pero al mismo tiempo revela su más prístina esencia. ¿Quién es Gertrudis Glauben y cuál es la motivación de sus Confesiones? Sólo si aceptamos como lectores, su encarnadura expresada en variadas y bellas páginas, tendremos la posibilidad de comprenderla no sólo en su especificidad fictiva sino también en esa individualidad humana de la autora que se vuelve voz de la condición femenina inserta en una intertextualidad artística interepocal e intersubjetiva.

Confesiones de Gertrudis Glauben es la construcción literaria de una identidad; pero lejos de ofrecernos una sucesión serial y ordenada de referentes recuperados por la memoria, Cristina Pizarro dinamiza en un proceso creativo, la metamorfosis de sus propias experiencias y reflexiones, de modo tal que la autorrepresentación en ese yo condicionado por la lírica es su propia imagen fragmentada en el espejo trizado que muestra a todo creador, esa ambigüedad no resuelta entre la vida y su representación.

De ahí que el hábito conventual de Gertrudis que ocultaba la exaltación del conocimiento contemplativo y su grácil figura de madonna, retoma en este siglo, a través de la precisión identitaria de un apellido, Glauben, significativamente “creencia”, en la pluma de Cristina Pizarro, la fascinación por la búsqueda de un orden superior y de una realidad trascendente a través de los signos de la inmanencia.


RUTH FERNÁNDEZ

Ante las Confesiones de Gertrudis Glauben, poemario de Cristina Pizarro, hallamos que el valor de la palabra puede ser eterno, vale decir, que lo poético se convierte en razón sagrada y universal.
En este caso se trata de algo muy profundo; es el ser mismo que expresa belleza, sea en el amor, el olvido o la congoja. Así siempre lo trascendente en este libro, va cayendo gota a gota, como perlas donde el silencio o los silencios otorgados por los espacios entre verso y verso constituyen la sabiduría y la eternidad del ser.
En estos poemas hay una necesidad de infinito, la búsqueda dolorosa de saberse criatura limitada. Tal cual lo dice Cristina Pizarro en este singular libro, su sed de infinito no se agota, sino que consciente de su mismidad se busca desesperadamente, resbala en la oscuridad de un mundo desahuciado y desierto. Aquí hago mía la frase de Bajarlía que afirma:”Las confesiones de Gertrudis Glauben hacen de la esperanza un juego inútil y exaltan la desazón”.
Nada está escrito aquí por pura locución. Una dimensión de trascendencia, de apariencia dispar es cuando la poeta dialoga consigo misma y es aquella Gertrudis que, en bastardilla narra lo rotundo del ser; vale decir hay dos consignas, una exterior dada por la beatitud del lenguaje-bellamente armonioso- y otra interior, profunda, desolada, fuertemente desgarrada y que Pizarro, como una espía de Dios, va introduciendo entre verso y verso.
Es la intimidad de la vida humana, tan pasajera como una hoja en la tormenta y es el arribo a la muerte.
Llama la atención aquí el lirismo dulce, estrictamente poético que nace en cada sintagma utilizado por la poeta, como puesto al descuido pero intenso, sabiamente pensado; es su voz interior, ese goce del alma.
Ya habíamos observado en la obra anterior de Pizarro ese “maná” auténtico, esa dócil y conventual necesidad de unirse íntimamente con la Naturaleza, más aún con lo cósmico y trascendente.
Así en estas Confesiones aparece mucho más notorio su profundo amor y búsqueda ante la incógnita del hombre: quiénes somos, de dónde venimos y adonde vamos y la relación que los humanos tenemos con el resto del universo. Eso Cristina Pizarro lo experimenta en la sangre y, como Novalis posee un hondo sentimiento religioso, sagrado y profético: “Toda obra de arte-dice aquel- es un elemento espiritual y todo poema un individuos viviente”
La filosofía del Ser y la Nada clama desde lo hondo en esta Gertrudis-Cristina cuyo devenir aparece como una sombra de su propia palabra.
Se diría que, en cada brevísimo pensamiento la poeta se adelanta como un augur al futuro: hay allí un auto de fe, un pre-sentimiento del destino de esta humanidad a punto de desaparecer o cambiar. Y nos sorprende la sabiduría expresada en cada poema. Todo se nos presenta misterioso, hermético pero valedero ya que la protagonista va marcando paso a paso su destino terrenal. No obstante la Muerte le anuncia entre líneas el ocaso, el olvido, pero antes el recuerdo del ser que ha palpitado en el Amor. El designio innominado y eterno y, hasta el Deseo del sexo.
He aquí justamente la Eternidad, lo que pervive, eso impalpable, a veces oscuro y tímido y, por momentos Luz deslumbrante de un Dios o de muchos dioses vividos en común con su interior.
La propia Gertrudis Glauben va marcando como el austero peregrino su marcha inútil, exhausta y desanimada hacia esa desconocida Eternidad, aurora disipada y lejana, allí donde no aparece jamás el límite.
De nuevo Gertrudis se impregna de naturaleza. Diremos que este transcurrir policromo entre abedules, crisantemos, fresnos, aguas claras u hogueras constituyen el íntimo sabor de este libro singular donde su autora se nos revela asombrosamente intuitiva, casi chamánica, augur de un futuro.
No obstante, este personaje debió pasar por el dolorido canto fúnebre de dejar de existir para arribar al cambio. Y hablamos del personaje.
Su naturaleza está íntimamente ligada a la Naturaleza universal; es el maná del que antes hablamos.
Todo ello nos remite a la poesía de Gerard de Nerval y a su concepción ocultista de la existencia.
Es sin duda un misticismo natural, de profundo arraigo en el alma germana, de hecho Gertrudis Glauben se nos manifiesta conscientemente identificada con ella. La transformación con su “dasein”(existencia, el ser ahí mismo de Heidegger) está bien presente. Por lo tanto no nos asombramos de que el personaje de Cristina Pizarro sea esta nostalgiosa dama, casi medieval, dulcemente sabia, una campesina germana que, a ratos dialoga consigo misma pero adentrándose en el campus filosófico del transcurrir de la humanidad.
Moderna y antigua a la vez, es portadora de un clamor existencial, cito:”porque somos la espiga del mañana-dice- aparecen nuestros cuerpos ante los ojos y la luz.
“Somos ese amor que trasciende las huellas del calendario”.
En la página 49 un verso nos revela el hermetismo, ahora abierto claramente para aquellos que puedan descubrirlo, cuando su voz poética se desliza mansamente misteriosa, cito: “ esos que repoblarán la tierra-afirma- no lo conmoverán ni las llamas ni los hielos ni las tinieblas.
¿Un mensaje apocalíptico? No, nuestra poeta (ya lo dijimos antes) es la voz del augur del mañana, pero hay aquí un conocimiento secular preparado para la transformación del hombre en luz.
Por eso Gertrudis aminora su canto y promueve con ello la búsqueda de su salvación en la claridad.
Si bien, como poeta, enaltece el lirismo que surge de su canto (ya que lo poético en ella es natural y diáfano) hay asimismo un conocimiento, diría gnóstico o teosófico que aflora como en los presurrealistas, aquellos agrupados alrededor de los signos y dogmas, donde la religión es una vivencia trascendente, un sentimiento de dependencia. Es la identificación con el Todo que tanto Novalis como Nerval profesaron en sus obras poética. Estos conceptos habían caracterizado a todo un movimiento filosófico y lírico, cuya visión del mundo constituyó un retorno a la cosmovisión oriental, en oposición al dualismo occidental.
Su lenguaje (el de Pizarro) se esparce hacia la concepción unitaria de tiempo y espacio, dos entidades que figuran continuamente en sus versos. De esta manera al hablar del amor perdido o del olvido-recuerdo, cito: ¿Quién soy-dice en la página 93- apenas una pregunta que reclama el ser, un archipiélago de seres y de cosas. Se precipita en el pasar del tiempo porque el tiempo es paso, transición ,¿Quieres penetrar en este tiempo interior, meditar en la memoria la interioridad de la conciencia continua?
Es la poeta encarnada en Gertrudis Glauben que filosofa sobre lo instable lo transitorio de la vida humana.
Cristina Pizarro o Gertrudis Glauben pertenecen a un mundo metafísico y a la par doloroso y pastoril, aunque la belleza dulce de su palabra denota un secreto que podría minar su propia poética, su íntima y total desolación.
Y cuando decimos desolación estamos diciendo sin suelo, fuera del mundo.
De pronto hallamos a una Cristina igual a una niña llorosa que se ha pedido en la oscuridad. No obstante sabe que algo o alguien la conducirán hacia la luz.
Hermoso libro lleno de sugerencias y que merece mucho más tiempo y espacio para ser estudiado.
No de vicio han sido traducidos y analizados sus poemas a diversos idiomas como exponentes de su universalidad.
Cristina Pizarro muestra en su Gertrudis el valor intrínseco y lo eterno de la buena poesía, mejor dicho de una excelente poesía, pocas veces leída, muy poco gustada aquí donde la vanidad de las palabras es materia corriente de una pseudo poesía moderna, que dice lo falaz y lo intrascendente. Por el contrario Cristina nos hace reflexionar y gustar una suerte de ensoñación interior, muy honda, profundamente sensible, y extraordinaria desde lo imaginativo, encarnado en un personaje ficticio que, en realidad es ella misma filosofando dulce y dolorosamente en su intimidad casi acongojada.
Libro para gustarlo a solas, también en la intimidad del alma. Palabra olvidada por muchos, pero rescatada en estas Confesiones.
Ruth Fernández
Buenos Aires, 16 de junio de 2006.



LUIS RAUL CALVO

“ A veces te busco/en la noche/en el sueño/quiero penetrar/en otro mundo/revelar sus secretos/quiero reposar sobre el misterio/pavoroso/que emerge de la tierra/diseminados los huesos /de fuego y sangre/se guarecen/en la tumba/el dios de la danza me deja /su aliento/junto al caballo alado/se aleja del dolor/la materia se trasmuta. Renace la vida.”

Hay libros en la producción de un poeta que representan la continuidad de lo escrito anteriormente.
Otros textos señalan un estado de transición, un límite que va delineando un proceso de cambio que comienza a avizorarse.
En este caso, podríamos decir que “Confesiones de Gertrudis Glauben”, de cristina Pizarro, marca un punto de ruptura respecto a sus últimas obras publicadas.
Es decir, si bien su poética nos muestra la perseveración de un estilo personal que siempre la ha caracterizado, en “Confesiones…”, su estética parte de un tono elegíaco que le confiere al cuerpo del libro un estado de tensión, de dramatismo que nos circunda y nos atraviesa como condición humana.
Lejos están los tiempos de la modernidad, caracterizada por la presencia de verdades y certeza absolutas, tiempo donde se construía un presente y se vislumbraba un futuro promisorio.
Los poetas siempre se han caracterizado por acompañar y adelantarse los cambios y a las crisis. El discurso poético refiere un estado interior pero también colectivo. Muchas veces, es el portavoz de lo que subyace en las hondas profundidades del ser humano y la sociedad.
El libro que hoy presentamos refleja espiritualmente la crisis del hombre contemporáneo, sus dudad y vacilaciones frente a este territorio incierto que nos rodea. El poeta de estos días, sensible a las vicisitudes de la existencia, canta desde el desgarramiento, desde la soledad más íntima e intransferible, allí el poema. Como sujeto hablante nos comunica lo incomunicable.
Dice Cristina,”…como morir/de la muerte de uno mismo/llorar de miedo/y no poder amar…”
La muerte, las pequeñas muertes en vida, la dificultad del encuentro amoroso, algunos de los grandes temas que siempre han obsesionado a los poetas y que se hacen carne en el sentir de Cristina Pizarro, cuya desesperanza y desencanto se hacen visibles en varios pasajes de la obra.
Dice ella”…se desgarra la palabra/en la arena hay signos rotos/que deshacen el amor…” y más adelante,”…la muerte subyugó el deseo / y se devoró al ser…”
Pero también leemos:”…mientras escucho el canto amanecen las palabras enterradas…”,”…en el éxtasis el tiempo es un ahora para siempre/contar el comienzo de la historia…”
“…la duda y al pregunta /arrecian sin ver el espectáculo/las calles plenas de desesperanza/un mundo sin oído a los lamentos…acaso un instante alcanza la luz…”
La perplejidad, el asombro, la revelación de algo misterioso y fugaz, fugacidad que detiene el tiempo y lo convierte en lago eterno. Estas son algunas de las claves que subyacen en “Confesiones…” y nos permiten pensar que detrás de un aparente pesimismo, se esconde la esperanza, la fe, la posibilidad de recobrar el sueño de la infancia.
Los dibujos de Margaret Collazo se funden e integran a los poemas con un lenguaje simbólico y sugerente, el personaje central, como en un estado de vigilia, se ve acompañado de esos fantasmas interiores que viven con nosotros a lo largo de nuestra historia.
Estamos en presencia de un bello poemario, su belleza radica en la profunda introspección del ser humano ensimismado en la necesidad de encontrarle sentido a la vida, un recorrido que no conoce límites, un continuo hacerse en búsqueda de la plenitud de la luz. El decir de Cristina Pizarro emerge desde lo más alto, como un torrente, como la voz de una exquisita poeta. Muchas gracias.
Luis Raúl Calvo
Buenos Aires, 16 de junio de 2006.


GRACIELA LICCIARDI

Este poemario de Cristina Pizarro está atravesado como una espada por una gran declaración de amor a la vida, por la manifestación de todos los actos en ella realizados, por todas las ideas, sentimientos y pecados que están implícitos en el recorrido de una existencia que no transita por la tierra meramente sino que va dejando una estela de creación, de infinita devoción a la palabra a la que le otorga el sentido primordial que ella tiene y lo desarrolla en forma inusitada, por momentos desplegando todo el ser creativo y amante, por momentos paralizándose, cercana a la muerte, y más tarde e indefectiblemente y por una inexplicada fuerza arrolladora, resurgir para seguir intentándolo, con una nueva esperanza. El poemario es un grito soterrado en el que se implora poder amar y ser amado.
En la primera parte hay objetos que soportan las ruinas del deseo, los objetos que inanimados parecen resistir al paso del tiempo y el fin de lo que se anhela; el camino transitado se muestra deshilachado, los perros han sido atropellados por el ritmo vertiginoso de la vida. Gertrudis en ocasiones es una niña que llora de miedo porque no puede amar. La autora oscila entre la primera y la tercera persona en un desdoblamiento en el que se ve a sí misma cobijada en huecos tibios tratando de huir pero quedándose en ese cuerpo en combustión que no alcanza a saciar su sed.
Hay una fuerte presencia de alguien que custodia la puerta del deseo, la baja a la tierra donde no quiere permanecer, es heroína que salva, se cree flor, con desolación advierte que nadie la arranca, se siente olvidada, inexistente. A través de los poemas Gertrudis Glauben logra existir y en ellos quiere perpetuarse, los sueños reposan sobre los nenúfares.
Cristina Pizarro describe el gozo de Gertrudis en un poema de doble juego, ya que por la tipografía, podemos leerlo de diferentes maneras: “explora/conquista y ama” dice por un lado y por otro hay una promesa que es espectro, sin embargo no se abandona, hay un relumbramiento de lo siniestro en una herida que brilla en la escarcha, hay látigos y espadas que seducen, acaso deberíamos preguntarnos si Gertrudis se regodea en el dolor? Se advierte en todo momento que florece en ella una voz diferente que la anima, ¿es la voz de ella misma o del amor que la llama y atrae?
En la segunda parte comienzan las confesiones de Gertrudis Glauben. En la primera nos prepara con un preludio de silencios, no sabemos qué es lo que Gertrudis nos va a confesar, nos pone alertas y en tensión. En la segunda ya nos habla en plural tomando la voz de los poetas y nos dice que “escribiremos poemas para salvarnos de la muerte”, luego retoma la primera persona que está cargada de bestialidad y odio, nos dice que siente la muerte con sus brutales juegos, se vuelve a ver a sí misma como otra de ella, yaciendo sin resurgir, expectante, casi paralizada.
En la tercera confesión el tono se vuelve aún más dramático, nos habla de la difícil elección de cómo vivir, no hay posible elección en el nacer y el morir. Cristina en el personaje de Gertrudis nos enfrenta a la cruda existencia, desde el hueso desgarrador de la realidad y comienza a enumerar las diferentes elecciones a las que constantemente debemos asistir, entre labios y bocas, el cuerpo y las palabras, el silencio o el verbo, el amar o el ser amado o ambas cosas, preguntas que van ondulando en nuestra voluntad y pensamiento, desde la raíz del ser o no ser.
En la cuarta confesión Gertrudis nos coloca ante un plato sin comida que tiene apenas restos de espinas. Es una caída al vacío, una vuelta hacia lo intrínseco, hacia las vísceras, como dice la autora. Hay una autocomplacencia, un orgasmo en caracol hacia el centro de sí misma. Un monstruo rapta a la niña de agua que aparece y queda lastimada. Una espada hiere la energía sexual y la niña luego se convierte en mujer de fuego que abrasa la sombra y entonces es feliz.
De esta manera la concepción poética de Cristina Pizarro en estos poemas y puestos en el personaje de Gertudis Glauben muta entre el desasosiego por no sentirse amada al resurgimiento de la esperanza de poder llegar a ser feliz al ser rescatada por el propio amor en estado más puro.
En la quinta confesión parece entrar en un estado de contemplación, nos habla de un himno quieto, del guarecimiento en una trinchera. Parece estar alerta; el erotismo surge en la mirada hacia pájaros extraños que copulan.
Una sexta confesión nos trae el desdoblamiento en el acto de amar y pasar a ser el otro, hay una palabra sin cuerpo porque todo se torna inmaterialidad, otra vez la tercera persona que se interroga a sí misma y también hay un amante, depositario en cada pregunta; toma el fresno como simbolismo de refugio, está siempre verde, es perenne, es mencionada la serpiente como el pecado, como lo malo, pero esta vez dice la autora que reptará por la hoguera; las estrellas rojas serán el lugar de encuentro de los amantes.
Es en la séptima confesión en que Gertrudis Glauben se mira en el pozo de agua donde halla su ser, juega con estar en el borde del pozo que es un abismo.
En la octava confesión la palabra se silencia, describe la absoluta imposibilidad de expresarse.
En la novena hay un tono elegíaco como de abandono total, sonidos de campanas, martillazos, tambores y timbales, el ulular del viento y desemboca en la muerte que sólo es sonido.
En la tercera Parte Cristina Pizarro en la voz de Gertrudis Glauben toma el núcleo existencial, lo corporiza en los vestidos que yacen en el desván y buscan la salvación aunque estén viejos y gastados, nudos de huesos plenos de estrellas, dice la autora, simbolizando el pasado al que uno se aferra, y lo reafirma en los nudos de la propia existencia atada con hilos que conducen a la nada y deambulan por el cuerpo de Gertrudis Glauben, sin embargo las palabras resisten, ya el lenguaje se torna en ensueño, hay desasosiego, aunque el guerrero (las fuerzas cósmicas) consiga guiar el carro triunfal. Aquí comienza una descripción por demás sensual y erótica en esas arterias bullentes que son penetradas en su desnudez, el despojo total en la escritura que se hace en soledad y silencio.
Ya la autora en el quinto verso enuncia el Dasein (el ser ahí) en el que se mueve en el límite del lenguaje, “el tiempo es un ahora y siempre” dice Cristina Pizarro “somos la espiga del mañana” dice; hay una palabra que retorna y trasciende en amor. Gertrudis Glauben se constituye en esfinge observándolo todo como una piedra, inmutable, buscando serenidad. Las palabras comienzan a arremolinarse para caer en la hoja de papel con “tu nombre” dice la autora y entonces sabemos que el amor es el depositario o acaso el lector que vea esas palabras. El caracol de uno de los versos es esa búsqueda infinita e insaciada que Gertrudis Glauben persigue en todo el poemario. A lo largo de los siguientes poemas el ser de Gertrudis se vuelve cambiante, se pregunta quién es ante esa tierra de América que sepultó con sangre al conquistador; el futuro se pronuncia con el deseo de bailar y rodear el rostro del amante, ya convertida ella en flor de lis que en un momento nos esperanza pero esto no ha de quedar así, los amantes finalmente se separan para seguir el viaje hacia un lugar incierto, el futuro otra vez pasa a ser nada, se vislumbran de nuevo las miserias de la vida, y otra vez,, como un gesto de circularidad, renacen nuevamente y lo hacen en forma de caballo alado; la esperanza renace en el canto de un ruiseñor que trina aún en el dolor.
Hay también una carta a la bella Gertrudis en la que el personaje llamado Guillerme de Ventadour le escribe que ella ha de alcanzar el poema en la eternidad. En Homo Viator el poema nos va llevando del deseo como expresión epifánica a la escritura del desasosiego, la duda, la pregunta, la desesperanza, días de desdicha a la iniciación a un nuevo viaje, al peregrinar en la repetición de los versos, el porvenir hacia la muerte, una búsqueda que parece infructuosa hasta que de pronto aparece la tierra yerma y despojada de nuestros ancestros, tejedores, herreros, una multitud sin rostro defendiéndola. Se ve a una Gertrudis viviendo entre esos campesinos saqueados, ella es una más pero se la advierte en paz.
El alter ego desarrollado en este poemario se pregunta sobre los recuerdos donde hay un pasado en la lengua, el cuerpo toma presencia, van hacia él como azahares, el jazmín de la casa, las voces extraviadas, las heridas; se desdibuja la figura del amante, emerge el dolor; la acusación, el perdón ,causan desasosiego otra vez y hay un deseo de desaparecer, hay tiempos de memoria interna, el temor al olvido, el querer capturar el tiempo perdido, la añoranza de parajes que otro cuerpo visitó y a decir de Gertrudis Glauben cada poema es una “inscripción en la piel”, cada poema está bordado, cada poema es una filigrana cuidadosamente construida con agudeza, con sensualidad, con una fina corteza de esperanza, también con una cargada cuota de dolor, en la búsqueda infinita del propio ser y en el deseo de ser en el otro, una ilusión que por momentos se desvanece y en un instante inesperado renace, como el ave que pareció fenecer, sus latidos se vuelven tenues, como suaves marismas, apenas murmullos de abandono, tristes y desacompasados, sin embargo advierte que el corazón de Gertrudis Glauben, esa mujer que ama demasiado, comienza a golpear intensamente, con más fuerza, con más vigor, con más ímpetu; la pasión se apodera de Gertrudis que escribe y escribe y no cesa, no quiere cesar, las palabras configuran una música fluyente y de ensoñación que se acerca otra vez al cuerpo amado hasta sentirlo, a través del amor, a través de las palabras que Cristina Pizarro ha escogido para cada poema, a través de las palabras de Gertrudis Glauben, a la cual ya le pertenecen todas las palabras, cada una.





ROSA MARÍA SOBRÓN
“El misticismo de una poeta de hoy”

Han quedado desde mis días de estudiante, grabadas para siempre, las figuras de
Santa Teresa de Avila, de San Juan de la Cruz y mucho después, la de Sor Juana
Inés de la Cruz. A todos ellos los sigo leyendo con admiración y fervor.
Cristina Pizarro, poeta de nuestro siglo, ha obrado un milagro increíble.
Nos ha acercado la figura de Gertrudis, la Magna, siglos XIII y XIV, a través de sus
Revelaciones o Confesiones.
Mejor dicho, nuestra poeta ha entrado en la vida y el corazón de aquélla para
transfigurar sus sentimientos sus alegrías y dolores en un canto de singular belleza.
Si bien el libro se organiza en tres partes, la que más sorprende y da corporeidad al
eje temático es la segunda, es decir la de las Confesiones de Gertrudis. Esta obra de
Cristina ha sido ya presentada varias veces por voces notables de nuestra literatura, a
las que yo agrego apenas unas palabras en que se suman la emoción y la admiración.
Creo necesario expresar que la monja benedictina Gertrudis que entró al convento a
los cinco años de edad fue un Ser excepcional, puesto en la tierra para espiritualizar al
mundo y dejar a través de sus poéticos y místicos escritos, una enseñanza perdurable
que no conoce tiempos ni distancias tal como
Se ha obrado un milagro, diríase como una traslación a través del tiempo la distancia
para lograr un perfecta unidad que florece en estas páginas de singular delicadeza y
trascendencia.
Ej: "Amar sin herir/ sin lastimarse/ amar/ sin ser amado// ser amado sin amar/ amar y
ser amado" Paradojas no inútiles sino colmadas de sabiduría porque "no elegimos
nacer/ no elegimos morir/ es difícil elegir/ mientras vivimos".
Gertrudis, tan pequeña asida a lo eterno, camina y danza entre alhelíes y abedules,
busca las aguas claras , los bosques íntimos de su espiritualidad, rasguea en violines
invisibles, llora, gime y canta en un canto de eterno y transparente Amor. Así la
imagina y la dibuja nuestra poeta, que trasfunde en el espíritu de Gertrudis su propia
alma , su unión con la divinidad a través de la poesía.
Pájaros, rocío, atraviesan puentes ensoñados, hasta que dice la poeta "la palabra
verdadera/ se extasía en nuestra sangre".
Fuentes, fresnos, palabras musicales y frescas, pasean su integridad en una
cosmovisión singular. Porque la monjita Gertrudis y nuestra Cristina enjugan sus
goces y sus penas en una sola voz que es la poesía.
"En el pozo de agua hallo mi Ser" nos dice en otro momento.
El Ser escrito con mayúscula porque ambas mujeres indagan hacia adentro hasta
pareciera como si el alma tuviese un color de jazmín, de plata de cristal en búsqueda
de la unión que exploraban con casi desesperación los antiguos mitos paganos en
seres ignotos, pero capaces de vivir y de soñar.
Pero cuando la búsqueda es tan íntima y esencial, se hace necesario el silencio.
Sí, La Palabra aflora en el Silencio, desde el Silencio porque "la Palabra se guarece//
en el Único Secreto/" dice Cristina.
Porque:"Ahora/ sólo en esta noche/ el Poema / es una gran Luz/ en tu Ser".
La disposición alternada de los versos tiene su razón de ser: el pensamiento fluye en
una traslación constante, no se detiene, pues en su ruta va encontrando el alma de
Gertrudis en su belleza trascendente, como agua que corre, sin cesar a la unión con lo
divino, con la Eternidad.
"Maderas/ teclados/ sonidos/ El viento y su ulular. /No veo./ La muerte es sólo sonido"
En su diálogo con la naturaleza se mimetiza con ella en una prosopopeya
sorprendente:
"Pasarán los días/ y el Dios de la danza/ se unirá en el centro"
Entre crisantemos y ciruelos para Gertrudis se espera la muerte.
La santa sufrió numerosas enfermedades y su biografía expresa que vio al Señor en
sus últimos instantes de vida.
Cristina Pizarro ha entrado en el alma de Gertrudis, con sabiduría, pero sobre todo con
sentimiento.
Me pregunto si como Santa Teresa de Jesús o como Gertrudis, no habrá entrado
también en una suerte de éxtasis lírico para regalarnos estas páginas colmadas de
belleza trascendente.
La tercera parte del poemario titulada Existencia no es menos mística.
El sentido del tiempo, presente en toda la obra:
"Y yo/ una fugaz imagen/ amarrada a una escalera infinita, no quiero dejar escapar/
entre las cenizas/ estos nudos de huesos/ plenos de estrellas"
"Los nudos deambulan, sollozan/ encienden las aguas// son sombras/ que no existen/
y resisten la Palabra"
La preocupación por la Palabra recreada en cada instante, preocupa a la poeta y el
significado y el significante se anudan casi febrilmente. Hay como una búsqueda de un
mundo nuevo a través del silencio. Tal vez, en su posesión, será posible "escribir
como los pájaros". La luz, el alma, el fuego, son elementos simbólicos frecuentes en la
voz de la poeta. Unidos, arden vivamente para terminar en el incendio de la palabra.
No se puede terminar un comentario de estas Confesiones, sin referirse a la Carta a
Gertrudis Glauben, al diálogo con ella y a los Recuerdos-deseos de Gertrudis.
Cuando Cristina habla con Gertrudis nos resulta difícil imaginar a la joven del siglo XXI con aquélla del siglo XIV.
Palabras como, repito, fuego, llamas, incendio, crisol, resuenan con una sonoridad
casi bíblica.
Casi como hermanas, Cristina dice: "Alcanzarás el Poema/ en la Eternidad.
La tierra es yerma porque GERTRUDIS ADOLECE DE SUFRIMIENTOS FÍSICOS
SÓLO ACALLADOS POR SU MISTICISMO. Por su diálogo con Dios. En este caso
con la joven que se entró en su alma para conversar con ella, muda y dulcemente. La
imagina en su mundo campesino, la sueña entre rebaños y pastores:"leías a Virgilio/
cincelabas tu voz/ en bellos versos/ brotados de tu espíritu benedictino."
han sido "Las Moradas" de Santa Teresa o "El Cántico Espiritual" de San Juan de la
Cruz .Nacida en la Alta Sajonia, estudiosa del latín y del griego, fue conocedora de las
obras de los Padres de la Iglesia y selló en su corazón desde niña la devoción al
Sagrado Corazón de Jesús. Se la representa con un corazón en el pecho y dentro de
éste, una imagen del Niño Jesús.
Las Revelaciones en cinco libros dan a conocer la unión de su alma con Dios y las
gracias que éste le concedía a través de diálogos y momentos de éxtasis singulares.
"Signos Rotos" la primera parte del poemario de Cristina señala al Hombre como en
actitud de espera. Me pregunto ¿No está aún en espera el Hombre?
"Cómo morir/ de la muerte de uno mismo/ llorar de miedo y no poder amar" cito.
Mágicas palabras que dicen al Ser a la vera del camino en actitud expectante"
¿Dónde encuentra la poeta Cristina, la posible salvación?:
"He llenado mi copa de Bohemia/ de palabras.
Reflejan el paraíso recobrado", cito.
Está aquí el aire de misticismo que impera en casi toda la obra.
En una lograda antítesis nos dirá: "Mientras escucho el canto/ amanecen la palabras/
desterradas/"
"Se desgarra la palabra/ en la arena./
Hay signos rotos/ que deshacen el amor", cito.
Amor, desgarramiento, hasta violencia y gozo en oxímoron singular, señalan los
"Signos rotos" de Cristina Pizarro en un viaje que deviene hilo existencial, Eros, Dios,
eternidad.
En los cuadros visiones de Gertrudis Cristina encuentra un inefable comienzo: "Y
escribiremos /un poema/ para salvarnos de la muerte", cito.
La poeta usa juegos de palabras en una síntesis por momento lúdica, por momentos
trascendente. Eso asombra, maravilla.
¡Qué abstracción de este mundo enloquecido en que vivimos para insertar en la
palabra una pizca de llanto, otra de gozo, un ansia de paz!
Hay una delicadeza casi frutal, en las palabras que imperan en el libro y hasta
podemos imaginar el corazón de Gertrudis insertado , no en el de sus monjas
compañeras sino en el de la poeta.
En "Sobre los recuerdos-deseos de Gertrudis" la imaginación de nuestra poeta fluye
como agua cristalina. ¿Qué pensaba, qué deseaba, la joven monja: el río del olvido, el
palpitar de la casa, las voces extraviadas?, cito.
La enfermedad se acerca y el Amado la aguarda.
"Quién soy? interroga Cristina. "un archipiélago de seres y de cosas?
Sabedora de que el tiempo es transición, Gertrudis busca y espera el tiempo de la
Eternidad.
Se me ocurre recordar las sabias expresiones de Pfeiffer sobre la poesía: "La Poesía
logra abarcar de un aletazo, la totalidad de lo existente, conjurar de un golpe, lo más
lejano y lo más cercano" Porque, agrega, lo esencial es el temple que la empapa, la
verdad interior.
La poesía hace patente una actitud del hombre ante el mundo, a través de su
atemperada hondura esencial."
Recuerdo en este momento, los bellos y estremecedores versos de Miguel Hernández:
"Tanto dolor se agrupa a mi costado/ que por dolor me duele hasta el aliento".
Con no poca emoción, termino estas sencillas palabras recordando:.
Santa Teresa, siglo XVI dice: "Vivo sin vivir en mí/ y de tal manera espero,/ que muero
porque no muero"
San Juan de la Cruz, contemporáneo de Teresa, exclama:
"Adónde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido?"
Gertrudis siglo XIII y XIV, vivió en unión con el Amado.
Cristina Pizarro, siglo XXI, nos dice: "Amar sin ser amado/ sin amar/ amar y ser
amado. En este delicioso y profundo poemario nos estremece en sus búsquedas,
caminamos por sus pasillos interiores, para descubrir un alma transparente que ha
sabido encontrar mágicamente , para expresar con gran dosis de trabajo e inspiración
el auténtico milagro de la Palabra.
Buenos Aires, octubre de 2006.



ERNESTO GOLDAR

La estructura en equilibrio y las depuraciones verbales, configuran una modalidad apaciguada, límpida donde las precisiones y el discreteo de las pausas permiten sencillez a la palabra alcanzada y por íntima respuesta, el poemario, formalmente inviste la atribución de un gusto estético.
La memoria de Gertrudis es un itinerario en principio doloroso-los signos rotos-con las agonías que acosa, las destrucciones y las tensionadas derrotas. Los razonamientos interiores reconcentran la soledad y el fracaso, la experiencia del “yo” en el mundo. Sin embargo, el libro es también un desenvolvimiento hacia la luz y la existencia. A partir de “Cambios” la anécdota semantiza, precisamente, el hallazgo de la poesía celebrante, la alegría no exenta de ternura, el develamiento de la amplitud sensitiva y la certeza, los ecos que suscitan en el espíritu el progreso del alma, el ennoblecimiento de la realidad y el amor y la palabra recuperantes. El poema asciende a la luminosidad: “Después del dolor/inicio el viaje”
Es comprensible que el lenguaje y el ritmo de la parte tercera sean definitivamente distintos (ensueño, triunfal, aire, eternidad, ser, escritura), presencias que avanzan de la nada a la libertad, porque el mágico secreto está en la voz maravillada del poema. Hay poemas muy buenos en Existencia, 10, 16, 17 y el último, hermoso por cierto que concluye el hecho entrañable de vincular la poesía con la vida. Una bella confesión incansable.
Buenos Aires, agosto de 2006


CARTA DE IRENE MARKS

Cristina, te escribo para hablarte de tu libro, que me ha estado acompañando en los últimos días, porque su atmósfera me remite a tu búsqueda especial que es un camino hacia distintas dimensiones, hacia lo que espera más allá de los velos de la realidad.
La magia del camino, la sutileza de la reflexión sobre el encuentro y la partida, un concepto místico del amor cono iniciación y el regreso a las tierras medievales, a los momentos culminantes de diversas vidas, al alfabeto de los árboles, cuando la palabra tenía poder convocante, y la magia del espejo de agua: todo esto nos recorre y nos toca porque "Todo mi ser es cambiante"
Y los pétalos de las flores de ciruelo se transfiguran también, penetra el alma en la atmósfera del bambú, donde el Dios de la Danza llama.
La permanencia en distintos cuerpos y el no olvidar lo aprendido, el vuelo y el descenso forzoso en otro cuerpo "aparecen nuestros cuerpos ante los ojos y la luz", y siempre el amor, pese a que" en algún hueco del camino/nuestras vidas/ se separarán" "porque sé/ que las horas/ están contadas"

Y la lucidez total "Los Libros permanecen/alejados/ la imagen del poder/va borrando /las formas del rito", mientras "las palabras bordan la unión irrepetible de los cuerpos amantes".

Mucho más quisiera decirte, pero sólo mencionaré el hecho de que tu libro me ha conmovido, ya que su temática y su lirismo me han conducido hacia los mundos del Grial y del oriente a la vez, a la desolación de las aldeas quemadas por la guerra, al amor de los trovadores y a muchos otros temas que me son muy afines.



COMENTARIOS: JACARANDAES EN CELO

LIBRO DE POEMAS.

 JACARANDAES EN CELO


FABIO GARCIA

Imágenes de caracoles, fantasmas y silencios. El Amor en tensión junto al dolor de calles vacías, la evocación del mar, junto a la gratitud del lector que le da a la autora por hacerle presentir la brisa del mar sin nómbralo. Los lugares del viento y las pertinentes vacilaciones de la subjetividad, se conjugan en un volumen lleno de aciertos. Recuerdo que Borges resonando en Coleridge sentencia que en los sueños las emociones engrandan las imágenes, (al igual que en la poesía podemos agregar) son quizás la más antigua de las formas del arte.
Cristina Pizarro nos hace percibir la textura del tiempo en sus recuerdos, junto a sus ausencias y memorias. La imaginación flotan entre palabras y silencios, la escritura baila entre vaivenes de sentidos y formas. Nos invita a visitar lugares reales y fantásticos, algunos fuera del tiempo. Están también presentes el oriente y su filosofía, junto a los misterios que tanto apasionan a la escritora.
Como es deber de todo poeta, recrea el tiempo mítico y no falta en este libro la titánica lucha entre el amenazante caos y el titubeante cosmos.
Presentimos  la  Naturaleza, las flores y los pájaros que recrean el perfume del jardín donde crecen los Jacarandaes. Además está la muerte, la presencia de la ausencia; la soledad compartida con el lector en un hecho estético. Las metáforas son tan viscerales que la poeta necesita de su propia metamorfosis: como una ondina, como flor, como verso. Estamos ante una obra comprometida que al decir de la autora, está hecha  con “los pétalos de mi alma”.
Las evocaciones que nos regala Cristina, se nos develan a modo de bitácora en un grato paseo por la mejor poesía. Poesía que guarda cuidadosamente estás páginas y que anima los sentidos, por ejemplo: las flores son flores y son cuerpos, que a su vez son símbolos, que a su vez son palabras sobre palabras, que al decir de Breton gratamente hacen el amor.

Febrero de 2003. (Universidad Nacional de Quilmes)




LUIS ALFREDO HERRERA DUARTE
ACERCA DE LAS TRADUCCIONES AL ALEMÁN

En noviembre de 1996, YAGE, Asociación pro Arte, Ciencia y Cultura Latinoamericanos de Austria tuvo por primera vez el placer y el honor de publicar los poemas de Cristina Pizarro, en versión bilingüe, en la edición número 28 del Magazín Cultural Latinoamericano XICóATL “ Estrella Errante”, que se edita en Salzburgo.

Acabábamos entonces de publicar, en el número inmediatamente anterior, los resultados y los textos ganadores del 3. Concurso Literario XICóATL, donde Cristina Pizarro había obtenido una Mención de Honor como reconocimiento por su trabajo lírico. Recuerdo aún que ya por aquel entonces, el decir de Cristina Pizarro me había impresionado profundamente. Sus frases cortas y precisas, la metamorfosis mediante la cual va deshilvanando los hilos de su pensamiento, sus metáforas cargadas de colores vivos y fuertes, sus asuntos y la forma de tratarlos impresionaban mi sensibilidad. Desde aquella época surgió también entre nosotros una camaradería y una complicidad alrededor del quehacer poético y su promoción, que se ha ido transformando con el tiempo en una verdadera amistad a pesar de la distancia.

En julio del 2001, en el número 55 de nuestra “Estrella Errante”, volvimos a publicar versos de Cristina Pizarro, esta vez a raíz de la creación de un Puente Cultural entre Salzburgo y Buenos Aires. Fue aquello apenas un nuevo reconocimiento, sencillo y a la vez sincero, que nuestra Asociación en Austria rindió al trabajo creativo y cultural de esta mujer abnegada e incansable, que no sólo a nivel de su terruño sino también internacionalmente, va dejando con su andar una huella noble y trascendente de lo que es la cultura argentina de nuestro tiempo. En buena hora Cristina Pizarro se decide una vez más a regalar al mundo sus dones y esa sensibilidad profunda que la caracteriza a través de su palabra. Gracias, Cristina, muchas gracias.

Salzburg,Enero de 2003



HÉCTOR MIGUEL ÁNGELI


La primera sorpresa que nos depara este nuevo libro de Cristina Pizarro es el título. El jacarandá es un árbol celestial, es decir, poblado de ángeles azules, de manera que se hace difícil imaginarlo  en celo. En celo podemos imaginar, por ejemplo, a la magnolia, que es enteramente voluptuosa. Ya en su título anterior Cristina mencionó a otro vegetal, a los lirios, flores con aureola de santidad, y los sentó en el banquillo de los acusados llamándolos "Lirios prohibidos". Hoy son esto jacarandáes los que nos traen la noticia de su vida integrando, según nos informa, una "tetralogía del amor" junto Poemas de agua y fuego,  La voz viene de lejos y el ya recordado Lirios prohibidos.
"Si existieran santos entre los árboles,/jacarandá, serías mi santo/ y depositaría a tus pies/ la ofrenda de tus propias flores". Estos versos de Silvina Ocampo que Cristina ha elegido para uno de sus epígrafes nos vinculan sutilmente a uno de los gestos entrañables de la poeta: la ofrenda, la ofrenda en lo que tiene de ritual un diálogo con la naturaleza, un diálogo claro y constante. Porque digámoslo de una vez: la naturaleza es la gran metáfora de la poesía de Cristina Pizarro. Una metáfora que se acerca al lujo verbal por la riqueza de su mirada y por la ansiedad de superarla, más allá del sueño, cuando dice: "Quiero escuchar los sonidos del universo entero./Y pronunciar el Nombre que me invite a despertar". Pero no se trata sólo de la naturaleza real, sino de una sugestiva alianza con la naturaleza de la imaginación desplegada en visiones de ciudades, pueblos y jardines, zonas de desvelo o de iluminación que aparecen desde lo mítico hasta lo representativo de los barrios de Buenos Aires.
Por otra parte, en equivalencia a la palabra creadora, si tuviéramos que buscarle una imagen plástica, con quedaríamos con la de una mujer de frágil desnudez en medio del bosque. Sí, así es, porque estos poemas están  surcados de alta sensualidad y de todo lo que contribuye a enaltecerla: flores, frutos, pájaros y piedras preciosas, esplendores y tinieblas
Como ya dijimos, Cristina Pizarro cierra con este libro su tetralogía del amor. Por lo tanto, el amor ahonda los poemas más exasperados, los que recuerda su floración en el" jardín en celo" Llega así a "la intensidad del instante", a la desolación cómplice de la vida y de la muerte en una trampa de lucidez que la obliga a afirmar con gran acierto: "Porque sé/ que renace/ para siempre/ lo efímero".
En el ritual de la plegaria o de la contemplación (siempre presente en Cristina) los atributos de su poesía alcanzan, de pronto, una cierta religiosidad donde nuestros límites se cuestionan y agonizan. Ya Cristina había expresado en Lirios prohibidos: "Duele tanto la materia/ hasta que se transforma en éxtasis". Y en el mismo libro también dijo, en uno de sus más bellos versos: "Busco en el cuerpo de Dios/ la palabra perdida". Pues bien: esa búsqueda de lo trascendente en quien confiesa haber cometido "el pecado de la palabra vacía" continúa en este nuevo testimonio de sus emociones y conmociones.

Héctor Miguel ÁNGELI
Buenos Aires, 15-8-03


FLAVIO CRESCENZI

Aquel que haya tenido la oportunidad de disfrutar de la poesía de Cristina Pizarro, como yo lo hice no hace mucho con Lirios Prohibidos, juzgará inapropiado cualquier intento de mediar entre ella y la vívida experiencia de leerla. Aún así, sobrados son los comentarios que el mismo libro nos ofrece atendiendo la problemática de la obra, heterogéneas las visiones, nutridas las interpretaciones barajadas. Muchas de ellas optan por una explicación, si es que de explicaciones puede hablarse, de índole místico cuando no definitivamente religioso. Por mi parte, prefiero aport6ar otra lectura, y así como sé que el texto es pasible de las ya efectuadas, debido tal vez a ciertas evidencias que para no contrariar mi futura exposición llamaremos símbolos, diré también que el libro, entendiéndolo como un todo conceptual, es un claro manifiesto que anuncia una búsqueda intelectual y espiritual, un logos estético sólo hallable en la palabra, porque la palabra es su única esencia y su materia. Por ejemplo en "Remolinos de espejos" nos confiesa:
Busco la verdad.
Camino apresando la palabra
El lenguaje aparece como una espiral.
Es un remolino de espejos que retorna a mi intelecto.
El intelecto, hijo de la razón y de otras ligaduras, es el que será absorbido por aquel remolino verbal que sigue hambriento. Es, justamente, ése el resultado de una trayectoria iniciática que aspira a suplantar al intelecto anteriormente mencionado por otras formas de conocimiento, formas ontológicamente más puras, que sin lugar a dudas abrevan en más de cien mil mitologías y que, seguramente, la autora, quiso reflejar en el particular mito de la cristiandad.
Pero en este derrotero cósmico hay portales pegadas a los ojos, paisajes en su devenir reconocibles, como los que el poema "Fotos" nos revela:
Desnudados por los besos,
nos quedamos en un pueblo
donde un concierto de guitarras
atrapó de nuestros cuerpos
toda la savia salvaje.
La imagen que asciende, otra vez se transforma en equipaje, palabras que hacen camino, versos como pasaporte, versos como pasamanos, hasta que el periplo concluya por fin con la noción de haber llegado a lo cierto, tan incierto para los que no zarparon aún hacia esas sombras, que bien está lo expresado en "Alquimia" como posible respuesta:
El sabio se une al pájaro del delirio.
En la danza del amor,
encuentra una llave de diamante;
y huyendo de los demonios del tiempo,
penetra en un recinto solitario.
Ya para finalizar con esta palabras preliminares agregaré que quienes respetamos la Poesía por sobre todas las cosas, intuimos que tanto su lectura como su eventual producción denotan un viaje sin orillas y sin remos hacia lo no pronunciado, hacia lo desconocido, y Cristina Pizarro, irrefutablemente, ha regresado a salvo y más sabia de uno, sin otra pretensión que narrarnos su aventura.




CARTA DE LUIS MARIA SOBRÓN


He llegado recién de Buenos Aires, de la presentación que se hizo en la Biblioteca Nacional, de la Summa Poética editada por Vinciguerra, de la cual participo. Primero quiero disculparme por la demora en enviarte estas líneas, por múltiples motivos estoy con la correspondencia bastante atrasada.
He estado leyendo Poemas de agua y fuego y Jacarandáes en celo. Quiero decirte que del primero me ha llamado mucho la atención ese Buenos Aires, tan próximo a la voz del maestro Borges, que surge de algunos de tus poemas. Me refiero a Diálogo o Paisaje quieto, cuando dices "soy una teja gastada,/ miro la esperanza/cubierta por el musgo..." o " casa con ventanales abiertos,/ calles de piedras/ sin veredas."
Es evidente (por lo menos para mí) la relación entre tus dos libros, cómo vas configurando una voz que enuncia desde la primera persona y en la voz femenina, como la mirada que atraviesa el mundo. Dices en el poema Tiempo "Hurgando en el ayer/descubro/ mi presente sostenido. Amor y soledad/ conquista y posesión..." aquí creo está la síntesis de tu actitud poética: rescatar del pasado (y de la tradición) para explicar tu presente. Ya en Jacarandáes en celo, esta voz femenina se instala con otra fuerza "Yo estoy oculta en el cuerno blanco de metal." produciendo un efecto poético interesante, esa voz en primera es lo evidente y lo oculto al mismo tiempo.
Desde ese lugar se dispara la reflexión en imágenes muy logradas como en el poema XLII El Golpe del 76 "y en la llanura se desangraba un árbol", esta reflexión que presupone un espacio compartido con el lector a partir de una experiencia vital común. Ese lector que puede reconocer las calles de una ciudad que recorre a diario y leer allí su historia y nuestra genealogía.
Estimada Cristina, creo que tu obra poética tiende a la síntesis, en algunos poemas amenazas esta idea y en otros poemas largos, quizás por la algarabía de tu pensamiento, no la cuidas. Como ya te decía aquí en Mar del Plata (y esperando verte para el encuentro de la Marathón Poética que hace Villar, 18 al 21 de diciembre) cuando tuvimos oportunidad de hablar nosotros dos; hay en estos momentos, en nuestro país, y sucede también en otros países americanos y europeos, una suerte de ingeniería poética signada por un fragmentarismo excesivo, sin que dé respuesta a una estética probable, ni que se module un espacio de la poesía que dé lugar a la construcción de una poética de este tiempo. Tomando nuevamente en cuenta el poema XLII y el poema L Creación, me arriesgo a decirte que te inscribes en una poesía de pensamiento. Me arriesgo a decirte que por esos andariveles te puedes sentir muy cómoda y halaga para producir y reproducir las resonancias del "otro".
Querida Cristina, espero que sigas escribiendo, " desde el umbral del desgarro" y que te importen más, tu tenacidad de escribir que la crítica misa que puedas recibir sobre tus "construcciones poéticas".
Un beso grande y hasta pronto
Luis María Sobrón



MARCELA MERCADO LUNA


Llegó este poemario a mis manos con el pedido de que lo presentara:  –no sé –, le dije al amigo que me lo acercó –primero tendría que hojearlo un poquito...
Descontando prólogos y presentaciones que en general paso por alto en una primera lectura, desde el comienzo de la obra, una cita, que atesoro, de Whithman me invitó a sentirme cómoda entre sus páginas:
    "Y quien camine unos metros sin compasión avanza amortajado hacia su propio funeral", sería más o menos la idea, aunque cualquier traducción de esa frase es incompleta y pobre.
Porque esa "compasión", esa "sympathy" de Whithman es mucho más que lástima: es conexión, comprensión, comunicación con el entorno, es también amor..... y el hecho de que Cristina lo hubiera colocado encabezando los epígrafes me estaba hablando de una actitud poética.
Después de atravesar este portal y leer el primer poema de Cristina Pizarro, estaba en condiciones de decir que sí aceptaba presentarlo, aunque --conociendo mis limitaciones--, no tenía idea de cómo lo haría...
He aquí en ese primer poema que dice al final:
  
"...Con tu cuerpo cincelado en oro y esmeraldas."

Comprendía que estaba ante una artista que cincelaba (quizá el verbo usado en el poema inicial me sugirió la idea) las palabras, como el orfebre su metal, hasta lograr una forma sorprendente, inesperada y bella.
Nada sabía de su autora, (imperdonable carencia mía), ni siquiera de dónde venía. Estábamos solos, este manojo de versos y yo: sin contextos ni conocimientos previos que determinaran mi lectura. Dejé que los  poemas me hablaran. Y así lo hicieron.
Me hablaron de un ámbito sagrado, permeable al ritual mágico de la creación, cultivado, venerado y custodiado por la autora. Me hablaron de búsquedas en el espacio y en el tiempo; me hablaron de una comunión esencial con el cosmos y la naturaleza; nombraron persistentemente a un amor que se intuye cimiento y pilar en la vivencia de la poeta...
Todo transfigurado por un lenguaje poético que jamás se abandona a la facilidad, que se sostiene en metáforas arriesgadas y en figuras e imágenes felizmente audaces.
Ya desde el título adivinamos a la artista cuyo cincel no tiembla ante esa materia prima que es el lenguaje, y que, con actitud creadora-transgresora, funde en su nombradía, los mundos vegetal y animal para reflejar el espectáculo, la vivencia, la emoción, el símbolo y todas las connotaciones que sugieren esos "jacarandaes en celo"
¿Cómo son los jacarandaes en celo? Los imagino en plenitud florida, jacarandaes en comunión con el entorno, ramas al acecho de otras ramas, belleza fértil, dispuesta a procrear, a prodigar más belleza.
Sin discutir la autonomía de cada poema, el libro tiene notable unidad, conferida, no sólo por el estilo que es la marca inherente a todo poeta, sino también, por ciertos temas recurrentes, y por esa actitud de empatía con el cosmos de la cual nos habla Whithman desde el epígrafe.
Porque el discurso de Cristina Pizarro no es el de una hablante solitaria con la mirada vuelta solamente hacia su propia alma. El yo poético, se realiza en este caso, en la medida en que se funde con el entorno, se nutre de él y descifra sus mensajes. Ese entorno está compuesto de criaturas vegetales, animales y humanas; de presencias mágicas y míticas, de música, formas y perfumes...

Entre las isotopías (esas sobredeterminaciones de sentido que -según Greimas- nos permiten encontrar ejes de lectura homogéneos en un texto), cabe destacar por ejemplo, la presencia constante del fuego.
Ese fuego que bebe “un narcótico aire” en la Obertura, se hace “llama en cruz” y consume un “cuerpo sempiterno” en la p. 18; es “incendio” en la 22; enciende “bibliotecas” y se deja un “testamento de cenizas” en la 25. Es un fuego que se actualiza en “antorchas” que custodian lo sagrado en la “Oración de las mieses” (p. 39), y se reconoce como divinidad en la p. 51: “El dios del fuego crepita a los lejos”; para terminar siendo --casi al final del libro-- esas cenizas del fuego vital y carnal que se resiste a la nada.

Podemos rastrear también una isotopía del retorno: “Retorno a tu corazón, a tus caricias en este instante en que estoy viva”, dice el magnífico poema La intensidad del instante. Este retorno, (no necesariamente nietzscheniano, aunque también es un eterno retorno), se vive como un RENACER, en diversas manifestaciones: en la evocación del Fénix, por ejemplo (p.22). “Hubo un cementerio interior,/ una casa azul /y días de fénix /cazando mariposas”.
Todo puede renacer. En “Arco Iris” la poeta apostrofa a la Muerte para que renazca; el Mariposa-Mujer afirma:
 “...a lo largo de la orilla
 voy siguiendo los diamantes
en el círculo
sin principio ni fin.
Porque sé
que renace
 para siempre
lo efímero”
y hasta los amantes pueden renacer para preservar el amor: “regresemos a la arcilla, amado mío. Allí, no podrá ningún chacal devorarle al buey sus simientes de oro”

FERTILIDAD: hay también una isotopía de la fertilidad anunciada en el título del libro y sostenida no sólo por las presencias vegetales como árboles de todo tipo (incluido el Jacarandá), flores de cultivo, producción agrícola como trigo y maíz, el labrador... sino también por el uso de ciertos vocablos como lluvia, nube y sus derivados, la diosa Ceres... Esa fertilidad se connota en el ciclo mismo de la naturaleza donde algo debe morir para dar paso a la vida (“Padre, germina la vida sin el luto del dolor”, implora la poeta). Es una fertilidad que se nombra también en la fusión de los sexos, en el amor erótico, en la “entraña” en el líquido seminal, en el deseo que persiste inalterable:
Aún (p. 76)

Entre los temas más impactantes están:
Búsqueda de identidad  Que se advierte claramente en varios poemas: Una necesidad de volver a la raíces, tanto familiares (como se ve en el bellísimo poema “El humo de la mente”, donde –cual antiguos manes romanos— “un séquito de sombras corteja los objetos de mi casa”) como ancestrales. Esta búsqueda de raíces se emparienta con la admiración hacia la cultura de los antiguos habitantes de América, con guiños concretos hacia la cultura maya, por ejemplo. Esto se ve en “Anzuelo” (p. 31” y en “Éxtasis” (p. 42) donde aparecen símbolos como el colibrí, la iguana, el sol, y la presencia de aquellos primitivos ensayos de criaturas humanas por parte de la divinidad, hasta dar con los “hombres de maíz” definitivos y perennes, o sea, nosotros, porque de maíz fuimos hechos según la cosmogonía maya.
Muy unida a esta búsqueda de identidad y raíces está la presencia latente de la tierra de los muertos, que se patentiza en varios momentos del libro.
En esta visión cósmica y trascendente del entorno, no está ausente sin embargo, la realidad cotidiana y la historia reciente. Basten como ejemplos, los poemas, “Temías acaso que fuera aborrecida”, “ “Una hoja caída” que es un canto de amor a la patria, y “El golpe del 76” cuyo título me ahorra referencias.
Están aquí, esos temas eternos que desvelaron al hombre de todos los tiempos: el AMOR, la MUERTE, la ESPERANZA, DIOS, y  especialmente, LA CREACIÓN POÉTICA. Y hasta aquí llego.

Termino esta casi mera enunciación de motivos en los que me hubiera encantado ahondar (pero no quiero demorar la palabra de Cristina que es lo que todos estamos esperando) con este breve poema que habla de la palabra. Si comencé diciendo que Cristina Pizarro ante el lenguaje, me recuerda al orfebre y su cincel frente al metal, debo rescatar esta profunda humildad ante la creación divina, que no siempre puede ser abarcada por el juego del demiurgo:

INCOMPLETUD
“Un hombre permanece vivo por el hecho de no estar concluido
y de no haber dicho todavía la última palabra”    Mijail Bajtin

Voy palpando
 el ser
 de las palabras.

La tentación
de lo inesperado
me detiene
fascinada
                       ante lo inalcanzable”


Gracias, Cristina, por renacer junto a nosotros en esta primavera riojana de jacarandaes, lapachos y naranjos encendidos.

Marcela Mercado Luna
La Rioja, 22 de Septiembre de 2004



GRACIELA LICCIARDI

“Análisis de la obra poética de Cristina Pizarro a partir del eje del cuerpo”

Un libro puede ser abordado desde diferentes ángulos, desde diferentes lecturas y cuanto más riqueza tenga la escritura de ese libro más multiplicidad de sentidos despertará en aquel que esté dispuesto a hablar de él. Cuánto más si se trata de un conjunto de libros. En este caso me referiré a los cuatro libros de poemas publicados por Cristina Pizarro. Estos libros han sido prologados por gente de trayectoria como el poeta Rubén Vela, el Dr. Roberto Ferro, Sebastián Jorgi, Sánchez Sorondo, Lidia Vinciguerra, etc., todos los cuales han señalado diferentes cualidades o características de la creación literaria de Cristina Pizarro, muchas de las cuales iré citando a lo largo de la exposición. No resulta fácil abarcar cuatro libros al mismo tiempo pero debo decir que a mí me causó un enorme placer hacerlo.
A medida que iba leyendo la creación de Cristina Pizarro más me iba convenciendo que la visión desde la que yo había decidido abordarla era la que más me conformaba. Mucho leí sobre las apreciaciones de los maestros antes mencionados.
Iré citando las mías y en parte la de ellos según el orden en que los ha ido publicando:

Poemas de agua y de fuego de 1993

Tiene un postfacio de Roberto Ferro dice que estos poemas de Cristina Pizarro retornan al principio de la palabra poética: la soledad y el mundo, entre ellos un interminable desafío: cómo nombrar la existencia y habla también de las heráldicas del cuerpo y del tiempo,  que insisten en este texto.

Desde mi perspectiva y  lectura,  me encuentro con poemas que además de hablar de la soledad y el mundo, como decíamos antes, o de viajes  hacia lo sensible, como dice Roberto Ferro, yo me encuentro con una escritura del cuerpo , una escritura desde las vísceras, donde todo el tiempo hay un juego de seducción impresionante.


En el poema  “Sólo ella es real en la vorágine”(11)  en la última estrofa leemos

Y aquí, en el espejo de la imagen soñada, / El cuerpo devora mi cuerpo,/   Y al amar y sentir/ La angustia de la espera /se convierte en luz y    fantasía.                                                                        
                                               
En el poema “El peligro de atravesar las aguas” (12)  dice: ...La fuerza de mi voz recorre/ las venas de mis manos/ y enciende/ el vertiginoso clamor de la mirada atenta/ que atraviesa las aguas.

En el poema “Los cuatro elementos en mí” (14) escribe....enraizada en la furia y/ en ascuas/ mi cuerpo avanza/ en la planicie.

En el poema “Seducción” (519 la poeta escribe:...  como un rito se entreabre/ el juego de la seducción/ y buceando en la perversidad de la palabra/ y la verdad de la mirada .

En “Resonancias” (59)  escribe....sonido espectral del aire que vibra en nuestro cuerpo/ combinaciones sin fin que se funden/ en la memoria del eco y la distancia.......



La voz viene de lejos  de 1995

Rubén Vela habla de poemas cincelados como piedras sedientas...y Roberto Ferro en el prólogo habla de una luz tejida por voces pobladas de múltiples imágenes,   de dioses abandonados, de un estado de lucidez poética, la dulzura del  abandonarse, la memoria, el olvido.

A  mí, como antes,  me sigue apareciendo el cuerpo y el erotismo cada vez más pronunciado en los poemas de Cristina Pizarro. El cuerpo escritural, el cuerpo amante, el cuerpo que por momentos se esfuma, se ofrenda, es mordido, ensombrecido, un cuerpo nombrado por algún dios y, ya en este libro, aparecen los jacarandaes que formarán parte del título del último libro de Cristina Pizarro  y que estarán en celo.

En el poema Flashes (11) escribe.....y aquieté los semblantes de los ríos/ con este cuerpo trémulo....para después pasar a decir más abajo>  y soñé con la danza/ de la cacería/ donde algún dios pronunciará mi nombre

“ Identidad”(20)  dice  algunos se aprisionan en una madreperla/ y se burlan de la fascinación/ que va mordiendo el cuerpo.....yo soy la vestal/ que se detiene/ al borde de la ofrenda

“Qué buscaban mis ojos”(21)   dice ...... la tarde con reminiscencias de caoba/ se desliza sobre mi cuerpo/ las sombras de la llovizna se esfuman en el mar de jade.

“Talismán” (29) ....dice:  Por las noches/ cuando la pasión regresa/ juega la fantasía en tu mirada/  Una máscara de papel oficio/ y expedientes/ se burlan entre sí/ entonces arde como un gigante aquel himno/ la melancolía derrota el placer/ y en la simulación/ retorna el sueño como la sombra al cuerpo.

“Paris abría su cola de pavo real” (39).......Este noviembre de jacarandaes/ 
Lirios Prohibidos  publicada en 1998

Sánchez Sorondo  refiere  a que sus poemas se dirigen al plexo solar mismo de la divinidad  interna, habla de misticismo salvaje que va piel adentro.
Lidia Vinciguerra habla del tiempo metafísico que revela y  que busca indicios en la memoria y que sostiene la palabra con las herramientas del amor.

Desde mi lectura  la autora Cristina Pizarro nos muestra muy sutilmente en muchas ocasiones esa gran carga de erotismo, que juega, diría yo,  hasta con lo sagrado.

El poema  “Salmo”(67) lleva  un epígrafe de un texto bíblico de Apocalipsis.:  Tenia en su mano derecha siete estrellas y de su boca salía una espada aguda de dos filos y el poema dice:  Me agasaja el aroma de un pellejo endiosado/ que entre sus pliegues avasalla el aire/ ...él sostendrá con la espada remolinos de fuego/ y las estrellas poseídas se engarzarán en Tu palabra... (Todos sabemos que esa espada es la lengua, así que saquemos nuestras propias conclusiones)
En estos poemas siempre hay una vuelta a lo primitivo:
“Centauro”(13)  dice :......permanecerán las magnolias y dos mariposas volarán alrededor de una veleta/ con el arco y la flecha


La presencia de las flores de seda, las amapolas, o lo que se pueda encontrar adentro de vencidos cajones (ese misterio, esa vuelta a la infancia tratando de evitar la tentación pero no pudiéndolo conseguir porque, a mi entender y lectura, los poemas de Cristina explotan en sensualidad y erotismo de las palabras. Ese misterio que encierra el cuerpo en ceremonia, los labios como frutos, la orfandad del amor, el cuerpo fragante.

“El rito” (23)dice.... como la palabra/ tu cuerpo en el amor es ceremonia/ hay un rito en la cópula/ como en el sueño y en el último verso leemos Un sucesivo desenfreno nace de tu piel/ con la lujuria/ y tu carne me une a lo sagrado/ soy  todo el universo cuando los ríos confluyen embriagados/ y porque no quiero ser sombra entre las sombras/ busco una lámpara en la alcoba incierta.

“El cantar”(25) tenemos otra vez el cuerpo fragante más ardiente que el vino, el goce en libar en los placeres de  labios frutecidos

 En el poema “Piedad” ( 59) habla de la orfandad de orgías letales atraviesa los estigmas de mi cuerpo

En el poema “Nacimiento”  dice mi cuerpo es un cáliz de plata/ y  cuando el diamante lo ilumina/ su germen lo transmuta en oro.



Y en su último libro Jacarandáes en celo de 2003, ya  aquí, a mi entender, la autora  Cristina Pizarro, despliega toda  la sensualidad y erotismo escritural donde todas las palabras están al servicio del placer y a la vez del dolor, del desgarro, de la petit mort que significa darlo todo, entregarse.
Tal vez descontextualice las frases que leo porque son sólo partes de poemas,    pero que para mí son de una vital sensualidad de la que no puedo abstraerme.

A mi ver en la obra de Cristina Pizarro el cuerpo es un elemento primordial, un cuerpo sempiterno que se consume como lo dice en el poema “El mago guarece su partida “y en el mismo dice Yo estoy oculta en el cuerno blanco de metal/ y desde el hueco quebradizo/ se desovilla un cántico

El hueco que es ella misma, mujer, hueco por donde penetra el placer y se desovilla ese cántico amoroso.

Cristina Pizarro se oculta detrás de las palabras. Ese gran erotismo  trasciende a las mismas palabras que hasta llegan a abrazar a Dios como dice el mismo poema que cité antes en que lo termina así:  Obnubilada en un blasón desierto/ mi alma se ufana/ y me abrazo a Dios.

En el poema “Crisálida”, (21) , Cristina escribe La orilla de mi cuerpo/ hechizó a un marinero lascivo.

En el poema  “Presente eterno”  (58) dice La mujer transparente hurguetea tras los montes y vive en la tempestad                                                                                                                   

Desde el principio el tornasol estalla en cuerpos desnudos y en poema “Arco iris”, ( 51 )
aunque la autora hable de la muerte, igual aparece el imperativo de aferrarse a la desnudez más clara.

En el poema “Cenizas”(81)  la autora escribe La renuncia a la existencia/ no cederá al deseo/ permanecerá la piel saciada/ de energía seminal

En el poema “Fotos”( 80) dice En una ciudad de la cintura de América/recorrimos salones y alcobas del American Hotel/ Desnudados por los besos/ nos quedamos en un pueblo/ donde un concierto de guitarras/ atrapó de nuestros cuerpos/ toda la savia salvaje

En “La intensidad del instante”(46), que es por cierto muy sensual y envolvente uno de sus versos dice: Me alzaré hasta las llamas más altas/ y mis huellas se unirán a las brasas invisibles / ese cuerpo voraz que fuera mío/


De manera entonces que como hemos podido apreciar, en la lectura que he hecho de estos poemas de Cristina Pizarro  destilan una sensualidad y un erotismo que rozan todo el tiempo lo lírico, lo mítico, se mueven en el agua, el fuego, el aire, la tierra, en la naturaleza animal, vegetal, psicológica pero fundamentalmente y para mí,  en el cuerpo de la letra y en el cuerpo físico, que es, sin duda, el erotismo que atrapa a quien la lea. Es una escritura de alta densidad para ser leída con deleite.