domingo, 9 de marzo de 2014

TEMÍAS ACASO QUE FUERA ABORRECIDA


TEMÍAS ACASO QUE FUERA ABORRECIDA

La vergüenza  prohibió la entrada en aquel recinto miserable.
Hongos y musgos dejaron marcas en sus paredes desnudas.

Entre las grietas se lastimó la dignidad.
En los roperos carcomidos
anidaron insospechados caracoles.

En la garganta de una niña,
se replegó
para siempre
el odio y el temor.

El cuerpo deshilvanó su deseo;
el asco
la arrastró por desechos inmundos.

Ese cuerpo que entregó su sangre
se exilió
en su partida.

La mendiga caminó  sobre la escarcha
recogió el abrigo arrojado a la intemperie.
Con violencia
empujó el carro para seguir.

Se refugió en buhardillas;
atrapó la lujuria
en lechos
avizorados
por fantasmas.
Contempló trajes de brocato;
olfateó manjares.

El enemigo conspiró contra su espectro.

Asesinada
                la furia
yace
       adormecida entre rocas.

El silencio,
trocado en confusión,
se burló de las palabras:
tartamudeaban las ideas,
se segregaban las formas.

Los huesos se segmentaron en  sílabas buriladas.

Con las caricias de las aguas,
la mendiga ha regresado a la piedra:
dibuja signos sobre las laderas.

En el valle
                celebran
                              un ritual.


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