viernes, 13 de junio de 2014

CARLOS BARBARITO




Oficio o arteduda Dylan Thomas, y agrega: sombrío. A veces, sí, sombrío; a veces, claro, luminoso. Hablo del quehacer del poeta. En más de una ocasión, algún cuentista o novelista me confesó: no entiendo de poesía. Esta afirmación está registrada en cartas, que conservo. Creo que ningún poeta afirmó: no entiendo de cuento, de novela. Me pregunto por qué. La respuesta, que estimo compleja, excede el breve espacio propio de toda presentación de un libro. Eso sí: no puedo no dejar constancia aquí de mi perplejidad. Hay un hecho que parece obvio y sin embargo…: la poesía está hecha con palabras. Un prospecto, un manual, una guía de teléfonos o de viajero, también. Entonces, ¿qué la diferencia? Otra pregunta de compleja respuesta. Pero puedo hablar un poco –dentro de mis limitaciones- de lo poético. Se me ocurre una palabra: carga. Sí, carga, pero ¿de qué tipo? No la cosa transportada en hombros –aunque algunas veces nuestro arte u oficio nos abruma con su peso-, sí algo próximo a la electricidad, a la cantidad de electricidad. Así, en la poesía cada palabra posee una carga –Lezama Lima lo dice mejor que yo: punto de infinitas irradiaciones-. Circula una forma de poesía que descree de cargas y obvia la electricidad y, al menos para mí, resulta nervio y músculo inmóviles –pensemos por un momento en los experimentos de Galvani-. Si el poema es nervios y músculos, lo poético es aquello capaz de excitarlo, por medio de corrientes eléctricas. Voy un tanto lejos, pero voy: lo poético es aquello capaz de producirnos una descarga en la yema de los dedos al rozar el papel, de irradiar luz en interminable sucesión de chispas.

         Amigos, lo dicho hasta aquí es posibilidad. Imagino: en lo oscuro, el libro soñado ilumina y en la luz suma luz a la luz. Pero no, no y no; para nosotros, la intención –dice Eliot. Dice: tan finamente/restringida a “lo que precisamente”/y “si” y “quizá” y “pero”. Entonces, todo libro –en este caso de poemas- es intento y posibilidad. Todo libro como hito o estación hacia El Libro, sí, punto de infinitas irradiaciones; todo libro, éste, de Cristina Pizarro, hacia una perfección que no se alcanza. Otra vez: la poesía está hecha con palabras. Palabras. Cristina debe saber lo que ya notara Lezama Lima en algún ensayo: en la Biblia se dice la letra mata y se dice también por la letra nacemos. Contradicción, tal vez. No: la letra mata cuando lo que ella contiene se disipó; un poema mata cuando lo poético, ese espíritu, núcleo, carozo –o como se llame- se extinguió; por la letra nacemos cuando lo poético manifiesta carga, potencia, lleno. No sé si Cristina, al escribir, se descalza o abre la ventana que da al jardín –o la cierra-; no sé si medita largamente o al contrario, recurre al automatismo, no sé si escribe de día o de noche; no sé si lo hace cuando la toma una fuerza irresistible o reserva ciertas horas para la poesía. No lo sé. Abro su libro. De una cosa estoy seguro, Cristina sabe lo que mata y da vida cuando de la letra se trata y ante esa aparente contradicción ejerce su arte u oficio a veces sombrío y otras veces luminoso, para revelar a los otros su visión.
                                                              Carlos Barbarito
                                                             Mayo, 17 al 19, 2014

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